sábado, 2 de mayo de 2009

“Sur” o el antiperonismo colonialista. Por Oscar Masotta

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Masotta '56 – Introducción

Sabemos que este texto no es de fácil acceso, así que publicamos algunos fragmentos de este gran ensayo escrito por el año 1956.

(queda a juicio del lector su pertinencia sobre los fenómenos acaecidos 52 años después)


Masotta '56 – 1. El espíritu y la verdad

Aquellos entre los lectores más rudos habrán buscado en vano en el número especial (237) de la revista Sur dedicado a los acontecimientos políticos de nuestro país (“Por la reconstrucción nacional”), acontecimientos que seguramente pasarán a la historia del espíritu... algo que no sea espíritu. Frente a la hemorragia de espiritualidad del grupo Sur es necesario que nosotros a nuestro turno comencemos por decir que contra el espíritu, nada tenemos. Y aun y si tuviéramos aquí lugar para ejercer una crítica estrictamente estética, creo que sería fácil demostrar el bajo nivel cultural de los artículos que componen ese número: nos limitamos entonces a declarar nuestra insatisfacción espiritual. Espiritualmente, Sur no convence. Si por espíritu entendiéramos la condición necesaria para realizar o para gustar arte no creo que no podamos afirmar, hoy, lo que se nos ocurre una franca decadencia artística, cultural, espiritual de la revista, pero esto poco importa. Lo que importa en cambio es saber –desde el momento en que Sur es algo así como la vedette encargada de exhibirse rodeada de los mejores “espíritus” argentinos –¿qué es lo que se entiende en Sur por espíritu?–. Espíritu, arte, moral, ciencia: es necesario salvar a las elites de la irrupción de las masas en la historia. Salvar a las elites es salvar al Hombre nos dice Guillermo de Torre en un largo artículo donde remite los lugares comunes más gruesos de los más finos ideólogos burgueses. Las masas, nos recuerda sin embargo Guillermo de Torre, no son “sólo ni principalmente las masas obreras” sino “el conjunto de personas no especialmente calificadas” (es decir, lo contrario de las minorías “individuos o grupos de individuos especialmente cualificados” [1]). Estos grupos “especialmente cualificados”, así, no se opondrían a los intereses de la masa trabajadora. En Sur no son antiobreristas. Es seguro: aman demasiado todo lo humano como para no amar al obrero. Desde las primeras páginas de la revista ellos se ponen a cubierto del reproche de olvido de la miseria humana: “Mientras las sociedades modernas segreguen miseria como un producto normal de su funcionamiento, no puede haber en ellas reposo para el cristiano.” [2]. Pero, y desgraciadamente, y dos renglones más abajo leemos: “Mientras los estados segreguen la no libertad de expresión como un producto normal de su funcionamiento no puede haber en ellos lugar digno para el artista.” De este modo el lector se topa a la vez que con el repudio de todo régimen dictatorial, con una toma de posición en el plano de la política internacional. Por un lado con el rechazo casi apodíctico de un mundo cuyo “normal funcionamiento” supone la “miseria”; por otro lado con la afirmación de que la dignidad humana es inseparable de la dignidad especializada, la podríamos llamar así, del artista. Indudablemente: dos verdades. Y no podríamos ir en contra de la segunda sin hacernos sospechosos de brutalidad o de grosería. Pero basta que en Sur sean afirmadas las dos del mismo golpe y con fuerza equivalente para que reencontremos el fundamento general del anticomunismo. Porque creemos entender: esas dos verdades no pueden ser afirmadas simultáneamente más que como una rebeldía que se nos ocurre estéril. Determinarse por la “dignidad” y la “libertad” del artista significa, concretamente, en el plano de la estrategia cultural internacional, hacerlo en contra de la URSS. Y la esterilidad, nos parece, forma aquí sistema con la dinámica contradictoria del pensamiento de los intelectuales pro-occidente y con un desprecio nunca confesado por la verdad. Es necesario entonces, así sea rápidamente, que nos detengamos para hacer recordar aquellas contradicciones y este desprecio.
La “verdad”, para el grupo Sur (“esta es la palabra en la que me detengo, esta es la palabra a la que quería llegar”), significa el no olvido de la publicación de “testimonios” sobre los campos de trabajo soviéticos..., pero a la vez el silencio absoluto sobre la empresa de colonización yanqui en el sudeste asiático por ejemplo, o en centro y sudamérica, etc.... La “verdad” (“aquello sin lo cual nada sólido y nada grande puede construirse”) significa ser preso de la necesidad imperativa de “enterar a la opinión” sobre la situación del intelectual de detrás de la cortina de hierro, a la vez que al mudismo más cortante sobre el macarthismo cultural en los EE.UU. Significa, en fin, tener fe en que las discriminaciones sociales en los EE.UU. desaparecerán un día seguramente por el ímpetu avasallador de la bondad humana, y, en fin, callar, a pesar de que “todas las persecusiones disimuladas bajo formas codificadas y legales nos parecen igualmente odiosas”. Pero todo esto es historia antigua y el modo de superar las contradicciones de los grupos que en el plano internacional sostienen la posición de Sur ya no puede sorprendernos: nominalismo, cinismo, etc. [3]. Lo que en cambio no deja de sorprendernos es que Sur, y siempre en honor de la “verdad”, sale a la calle en momentos que el golpe “democrático” de Aramburu decanta la simultánea destrucción de la unidad sindical argentina, lo que no podría dejar de contradecir la “tradición profunda de nuestro país, que es una tradición democrática”, sin una línea, una “entrelínea” de reproche, y en cambio con algunas de justificación: “... felizmente para la lucidez y la seguridad de los argentinos, el régimen actual ha comprendido que la función de gobernar no es patética”, escribe Borges.

(“Sur” o el antiperonismo colonialista en 'Conciencia y Estructura'. Ed. Corregidor. Bs.As. 1990. pp. 103-105)

[1] Sur, Nº 237, pág. 66.

[2] Sur, Ibid., La hora de la verdad, pág. 2.

[3] En la polémica general entre comunismo y liberalismo, el segundo reprocha al primero, el empleo metódico de la astucia, el engaño y la mentira. Los comunistas han contestado que el amor a la verdad ha servido para enmascarar -como lo señalaba M. Ponty en 1947- la represión de las huelgas en EE.UU., la intervención militar en Palestina y en Indochina, el desarrollo del imperio americano en el Medio Oriente, etc. Sin embargo, los liberales no han dejado de conservar, digámoslo así, el monopolio de la verdad, el respeto a la ley y a las conciencias..., como la característica definitoria de su política. Simone de Beauvoir, señalaba recientemente el caso de Burnham, un maquiavelista convencido que no deja de adscribir a la zona de la verdad...
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